El próximo 22 de abril celebramos el Día de la Tierra. Como sucede con otras grandes cuestiones, necesitamos dedicar un día del calendario a un tema importante para no olvidarnos de él.
Vivimos en la lógica del crecimiento continuo, persiguiendo una mayor producción y un mayor consumo, asumiendo que ello lleva aparejado mayor bienestar. Pero, bienestar ¿para quién? Esta forma de concebir el desarrollo, lleva aparejadas dos consecuencias:
En primer lugar, el enorme impacto medioambiental producido. Podemos calibrar dicho impacto por los problemas que genera, como el cambio climático, la emisión de gases de efecto invernadero, etc. Y hacernos una idea de su magnitud calculando la huella ecológica provocada. Según algunos expertos, en 1960 empleábamos el 70% del planeta, alcanzando el 120% en 1999. Se estima que en 2050 emplearemos el 200%. La lógica del crecimiento necesita cada vez más planeta para poder desarrollarse; sin embargo, únicamente disponemos de uno.
La segunda consecuencia de la lógica del crecimiento es que no puede universalizarse. Si todo el mundo viviera según el modo de vida estadounidense harían falta cinco planetas para satisfacer las necesidades de la humanidad. Además, la riqueza generada por el crecimiento se concentra en pocas manos y en pocos lugares, el crecimiento provoca desigualdad. Baste pensar, por ejemplo, en las diferencias entre los denominados países del Norte, ricos, y países del Sur, pobres.
En el Día de la Tierra, EQUO quiere denunciar la situación de explotación a que se ve sometida nuestra casa común, tanto desde una perspectiva medioambiental como desde un punto de vista humano. Queremos reivindicar una lógica diferente, la que muchas personas y grupos denominan decrecimiento. No necesitamos tener más sino SER más y para ello, debemos asumir el reto de vivir de otra manera, más despacio, disfrutando de lo local y ordenando nuestro tiempo vital alejado de parámetros productivistas. Bajo las premisas del decrecimiento, no estaremos tan preocupados por lo que tenemos sino por lo que queremos vivir. De esta concepción vital se deriva un mayor respeto por las personas y por la naturaleza que, posiblemente sea el fundamento de la felicidad y de la paz.