Hace falta diez veces más tierra cultivable para satisfacer el consumo habitual de carne que para alimentar a una persona vegetariana. Adoptar una dieta predominantemente vegetal y mucho menos animal, podría resolver problemas de hambruna, así como de destrucción de la tierra.
Reducir el consumo de carne de 300/400 gramos diarios (o más en el caso de norteamericanos) a unos 100 gramos, o incluso idealmente como los tailandeses a 30/50 gramos diarios, disminuiría en consecuencia al menos 2/3 y hasta un 90%, el impacto de la ganadería en las selvas y en la agricultura (por el uso de abonos y pesticidas), acabaría sin duda con la tala de selva en Amazonia y África (si se asocia la medida al cese de importación de madera exótica), y bajaría el déficit de los seguros sociales, pues el consumo excesivo de carne se encuentra en el origen de algunas enfermedades que padece la civilizacion harta.
Debido a que los espacios dedicados a la crianza de ganado representan en total el 35,68% de la superficie de tierra del planeta, podríamos así también restituir a la naturaleza más o menos el 30% de la superficie, sea 26% de las tierras emergidas para los pastos del ganado, y 9,28 % para las superficies agrícolas, que son 11% del total.
Según un punto de vista erróneo muy arraigado, reducir la dieta basada en un abundante consumo de carne debilita, pero esto no tiene mucho sentido, el toro no come nada más que hierba, el jabalí, omnívoro como nosotros, consume esencialmente frutos forestales, sin embargo es un animal dotado de gran vitalidad, y si no, podemos establecer comparaciones con el gorila, mucho más próximo genéticamente.
Adoptar aquella alimentación que permite devolver a la naturaleza, a los árboles, plantas y animales una cantidad importante de superficie, permitiría aumentar la variedad de nuestros recursos en alimentos naturales y mejorar la salud.
Por otra parte la ganadería intensiva es una forma de explotación despiadada de los animales por los humanos, y está basada en una forma de discriminación tan profundamente arraigada en nuestra cultura, y tan poco cuestionada hoy en día, como en siglos anteriores lo fue la explotación de los humanos. Debemos buscar nuevas perspectivas no tan basadas en tradiciones o costumbres, sino en valores de justicia y ética. Del mismo modo que hemos comprendido que discriminar a otros por su sexo, color de la piel o cultura es injusto, asumir que los animales no merecen tener una buena vida según su condición es una afirmación que debería pertenecer al pasado.
Rosa Burgos.
EQUO Zaragoza